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Sin miedo a cuestionar. Sin miedo a preguntarnos. Más allá de la prueba del VIH

20/10/2010

En motivo de la celebración, hoy 20 de octubre, del dia de la prueba del VIH, David Paricio Salas reflexiona entorno a ésta.

Celebramos hoy día 20 de octubre el día de la Prueba del VIH (virus del sida). Sin duda, mucho se ha avanzado en este tema en los últimos años.  En la actualidad, es posible realizarse el test de detección del VIH en diferentes escenarios dependiendo de la localidad de residencia:  en asociaciones de lucha contra el sida, farmacias, médicos y médicas de atención primaria, centros de enfermedades de transmisión sexual...) y además se ha conseguido reducir el tiempo de espera de los resultados de varios días a unos cuantos minutos y conseguir los mismos con pequeñas muestras de sangre e incluso con muestras de saliva.

La historia de la lucha contra el VIH, nunca deja de sorprenderme. El desafío que el microscópico sujeto ha supuesto para la humanidad, nos lleva, constantemente a enfrentarnos a diversos debates ante los cuales podemos asistir como espectadores o espectadoras de no inocente ni gratuita pasividad, o bien aprovechar para hacernos preguntas sobre el cómo, el porqué o el para qué. El tema de la promoción de la prueba del VIH no escapa a esta diatriba.

Entre los argumentos para promocionar la práctica de realizarse el test del VIH existe uno que apela al más común de los sentidos: conocer cuanto antes el hecho de estar infectado o infectada, conlleva el hecho de poder (o no) poner más medios y a tiempo para luchar contra la evolución natural de la enfermedad. Parece una afirmación nueva, pero siempre fue así. Incluso cuando no existían alternativas farmacológicas tan potentes como los actuales fármacos antirretrovirales contra el VIH. Incluso cuando no existía nada, desde las entidades de lucha contra el sida, se promovía la realización del test como manera de ser consciente de la situación personal de cada uno, intentado promover el hecho de que la persona, si así lo deseaba (y ésta puntilla traerá sus consecuencias) pudiera "conocer", "saber", sobre sí misma y su estado para poder tomar las decisiones que considerara más adecuadas. Sin embargo recuerdo una importante diferencia con los mensajes actuales: ante la negativa de una persona a realizarse la prueba, la respuesta era "bueno, ya sabes dónde estamos para lo que quieras, cuando quieras..."

Esta afirmación sobre las bondades del llamado diagnóstico precoz se ha visto reforzada por la maquinaria implacable de los datos epidemiológicos que nos anuncian, en nuestro querido formato de titular por excelencia que "de las aproximadamente 100.000 o 150.000 personas infectadas por el VIH (por cierto, ¿hace cuántos años manejamos esta cifra "aproximada"?) en el Estado español, el 30% no conoce su estado serológico al VIH", es decir, no saben si están infectadas o no. Bueno sería, y es, con los avances médicos conseguidos que a estas personas se les ofrecieran, y se les ofrezcan, el mayor número posible de alternativas para que, si así lo desean, puedan saberse infectadas o no y, así, ser un poquito más dueños y dueñas de lo que acontece con su salud, es decir, con sus vidas.

Además existe otro argumento de peso en la promoción del test del VIH que nada tiene que ver, a mi entender, con el poner a libre disposición de la población un recurso más a partir del cual poder mejorar su salud (entiendan por mejorar, aquello que quieran entender...) Hace pocos días conocíamos la decisión de Francia de realizar el test del VIH de forma universal a todas las personas entre los 15 y los 70 años "para atajar la progresión del virus". Mi pregunta es simple: ¿porqué ahora el uso de esta argumentación?... nunca antes, ni en los años más mortales del sida, se usaron estos términos... De nuevo apelando al sentido común (disculpen aquellos lectores o lectores que esperaban una reflexión basada en datos epidemiológicamente contundentes, pero cada vez me provocan más temor y respeto) entiendo que el saberse persona infectada por el VIH, entre las muchas repercusiones que a nivel de planteamiento vital puede tener, una de ellas sea la del "bien, voy a cuidarme y, además, también pienso cuidar al prójimo". Pero, conociendo -o cuanto menos intuyendo- la complejidad humana, ésta puede ser sólo una posible opción; así como alguien puede decidir no cuidarse, también puede decidir no tener porqué cuidar al prójimo. ¿Qué pasará entonces con estos sujetos? Si el argumento inicial era tan claro y contundente, si no daba pie a ninguna fisura, ¿qué haremos -qué hacemos de hecho a partir de ya- con quien no cumpla con las expectativas generadas?

Paralelamente a estas cuestiones, el trabajo contra el VIH enmarcado en la promoción de los derechos humanos (un nuevo aprendizaje que el VIH nos ha hecho interiorizar, en este caso afortunadamente) hace tiempo que denuncia la criminalización que padecen las personas infectadas por el VIH. Recuerdo hace tiempo, cuando en grupos de chicos jóvenes soltaba entre risotadas viriles e hipertestosteronizadas aquello de que "ninguna niñita solita en su habitacioncita, puede quedarse embarazadita"... ¿Y ahora con el VIH, vamos a dejar la responsabilidad exclusivamente a un lado de la cama?

No es mi intención, ni mi capacidad, el afirmar si "sí" o "no" al recurso de la prueba del VIH. Siempre he sido del parecer que, dada la compleja diversidad de esta humanidad compartida, cuántos más recursos disponibles y más diversos sean éstos, mucho mejor ya que se adecuarán a la realidad de un mayor número de personas. Pero insisto en la necesidad de parar, pensar, preguntarnos y cuestionarnos ¿estamos respetando en todo momento la autonomía de las personas con las cuales trabajamos o estamos decidiendo por ellas? ¿estamos dando estrategias y capacitación para que puedan cuidarse por sí solas o estamos decidiendo cómo y cuándo cuidarlas? ¿estamos aprendiendo con el VIH y trabajando para promover la salud sexual en su más pluridimensional concepción o estamos intentado parchear un mal basándonos en índices de prevalencia guiadas por la, en muchos casos, maquiavélica premisa del coste-beneficio?

Insisto, no nos tengamos miedo, hagámonos preguntas y escuchemos cuántas más respuestas mejor. Todas ellas serán las que, poco a poco, se irán acercando a la complejidad humana y las que nos permitirán conocerla cada vez mejor para poder seguir trabajando en la promoción de su salud sexual.

 

 

 

  • David Paricio