Resum
El tratamiento de los pacientes infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) puede ser abordado mediante tres estrategias. La primera se refiere al tratamiento específico de las infecciones oportunistas (10) y neoplasias asociadas a la inmunodeficiencia. En segundo lugar, el propio virus puede ser combatido mediante el empleo de fármacos antivirales. Finalmente, la lesión inmunológica puede ser minimizada mediante la administración de inmunomoduladores. El tratamiento de los pacientes seropositivos debe contemplar tanto a los aquejados de enfermedades oportunistas como a los portadores asintomáticos. Los pacientes seropositivos que no refieren ninguna sintomatología deben ser examinados clínica y analíticamente cada 6 meses. Es conveniente realizar también con esta periodicidad una prueba de la tuberculina y una cuantificación de linfocitos CD4+. El número total de linfocitos en sangre periférica puede también utilizarse —cuando no es posible cuantificar los CD4H— como índice de gravedad de la inmunodeficiencia1. Cuando la cifra de células CD4+ desciende por debajo de 500 por n-l —y aún por debajo de 750VI (Cooper D, comunicación personal)—, se ha demostrado la eficacia de introducir antivirales como la zidovudina (AZT), con el fin de frenar el ritmo de destrucción de linfocitos CD4+ por el VIH2. Cuando el número de células CD4+ cae por debajo de 200/p.l, está justificado el inicio de la profilaxis primaria para neumocistosis3. Una vez que el individuo seropositivo ha iniciado medicación antiviral o profiláctica es conveniente realizar controles clínicos y analíticos con intervalos inferiores a 3 meses. (Primer párrafo extraído del artículo)