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Reflexiones desde un tercer sector post-Día Mundial de Lucha contra el Sida 2011: "30 anys reiVIHndicant-nos"

13/12/2011

El director de SIDA STUDI, David Paricio Salas, aprovecha el Día Mundial de Lucha contra el Sida para reflexionar sobre estos 30 años de historia del VIH/sida y sobre los hechos que debemos celebrar y los que no podemos olvidar.

  • dms 2011 notícia

Ha pasado ya un Día Mundial de Lucha contra el Sida más, pero este año con una fecha redonda: celebrábamos 30 años desde el primer diagnóstico de infección por VIH en 1981 tanto a nivel mundial como en el Estado español y Cataluña, y dicha celebración no podía llegar en un período global más convulso. Es por esta convulsividad global, eufemísticamente denominada “crisis”, que he vivido esta celebración de forma contradictoria, tanto por lo que había que celebrar como por lo que no quería olvidar.

Creo sinceramente que es importante celebrar la respuesta de la sociedad civil a lo largo de estos 30 años de luchas contra el VIH/sida, una respuesta que ha supuesto un cambio en la relación entre las personas afectadas por una enfermedad concreta y sus médicos y responsables sanitarios. Hay que celebrar los avances médicos conseguidos, que han permitido detener una infección inicialmente mortal, como ejemplo de que la racionalidad humana nos puede llevar a buscar y conseguir soluciones imposibles. Hay que celebrar que la prevención sexual del VIH haya permitido hablar de educación sexual en escenarios muy diversos como escuelas o espacios de ocio y, por último, hay que celebrar la evolución de las reivindicaciones sociales, que han pasado de una lucha por la vida a una lucha por los derechos humanos. Hay mucho que celebrar.

Pero también hay muchas cosas a no olvidar. Lo más importante, no olvidar a los y las que ya no están, a los y las que murieron a causa del sida y, sobretodo, a la valentía de muchas personas que en muchos casos, en demasiados casos, les costó la vida. No olvidar tampoco las desigualdades de género y económicas que el VIH/sida ha puesto sobre la mesa en el ámbito mundial. No olvidar cómo una infección vírica ha trascendido el ámbito estrictamente médico o asistencial para convertirse en una “enfermedad social”. No olvidar una enfermedad que ha justificado y legitimado la estigmatización de las personas que la sufren directa o indirectamente, e incluso su discriminación. No olvidar para no volver a repetir.

En medio de esta celebración contradictoria y convulsa, estamos las entidades del tercer sector (o las oenegés, las entidades sin ánimo de lucro o como quiera llamársenos) cuestionadas también tanto interna como externamente. El origen de este cuestionamiento puede enmarcarse en el escenario de crisis económica actual, ante la cual la respuesta de la administración ha sido, más que localizar las causas originarias e intentar bloquearlas, incrementar sus efectos recortando derechos civiles y humanos que habían tardado décadas en conseguirse. El resultado es que actualmente la financiación de este tipo de entidades no está garantizada. Ya ha habido recortes serios que han puesto en peligro la viabilidad de algunas entidades y que han acabado con otras. Y el 2012 parece, de nuevo, ser el año “definitivo” en que todo pueda venirse abajo.

Hablamos también en este escenario de 30 años de nuestra relación con la o las administraciones, 30 años de relación que, de forma muy resumida y tal vez simplista, se iniciaron partiendo de un contundente activismo que denunció y reivindicó la falta de servicios y atenciones para con las personas afectadas por la infección. A partir de aquí, un giro que nunca me quedará claro si fue improvisado o no. La respuesta de las administraciones fue subcontratar a las entidades que realizaban las reivindicaciones para que ofrecieran ellas mismas muchos de los servicios que demandaban. El tercer sector aceptó la propuesta y se inició una profesionalización de las entidades y una gestión presupuestaria que, durante años, no ha cesado de crecer con todo lo bueno y malo que ello ha conllevado.

Llegamos al 2011 y ahora nos encontramos que no hay dinero por parte de la administración. Ya no se financian los servicios, así que muchas entidades deberán o deberemos plantearnos nuestra continuidad. Muchos son los debates que están surgiendo pero hay uno que me preocupa en especial: se nos acusa de habernos convertido en gestores de servicios. Para mí el gran problema de haberlo hecho es que la administración vuelve a no cumplir con las obligaciones que ya reivindicamos hace 30 años, pero, ¿por qué no se habla de la calidad de nuestros servicios, de su proximidad o de nuestro hecho diferencial?, ¿por qué no se recuerda cómo estos servicios surgen de un activismo político y conllevan otra manera de entender la relación profesional-usuario/a? Compartir más de 15 años de trabajo con la evolución de la pandemia me ha llevado a conocer a mucha gente de este tercer sector. “En todos sitios cuecen habas”, me enseñaron desde niño; es cierto que hay personas, las menos, que apuestan por sus egos y con ellas he aprendido a convivir; pero también existe una mayoría de personas que cree en su trabajo, que son honestas, que no sólo se mueven por un salario más bien irrisorio. Gente honesta que, me parece importante destacar, no han generado la crisis que parece absorberlo todo.

Los discursos vinculados a esta situación de “crisis” se articulan a una incómoda velocidad que no deja capacidad de reacción. Que las entidades debamos hacer autocrítica, mejorar, aceptar nuestra acomodación y subordinación a las administraciones, me parece bien, aunque no creo que hayamos dejado de hacerlo, o al menos intentarlo, en los últimos años. Pero que se acuse a la ciudadanía y a la sociedad civil organizada de ser causa de la crisis o que se nos obligue a ser la solución, me parece injusto. Esta situación se ha creado por un sistema concreto que prioriza un modelo de mercado específico, un modelo económico que controla ya de forma evidente a administraciones que bajo sus auspicios y presiones están dispuestas a recortar nuestros derechos. Que quede claro que, a mi parecer, eso es lo realmente importante.

Cuento con celebrar muchos Días Mundiales de Lucha contra el Sida más y ojalá la mayoría de ellos sean para celebrar una enfermedad del pasado. Cuento también con que los integrantes del tercer sector ejerzamos reflexión y autocrítica y vivamos esta situación como una oportunidad para mejorar. Me gustaría poder contar también con que otros sistemas más equitativos puedan ser posibles, sistemas con justicia real que por encima de todo respeten los derechos de todas las personas. En cualquier caso, vayamos a por ello; somos muchos y muchas, no lo olvidemos.